La que quiera pintar, que pinte

guerrillagirls2El otro día estuve viendo la última película de Tim Burton, “Big Eyes”. Lejos de hacer una crítica cinematográfica, para lo cual dudo bastante de mi capacidad, lo que más me llamó la atención, supongo que como a tantos otros cientos de espectadores, fueron los argumentos que el marido utilizó para apropiarse de la obra de la protagonista. Uno de ellos fue que, si no se le atribuía a él la obra, la cotización de la misma (y por tanto las ventas), bajarían en picado y la convencía diciendo: “mira cuánto dinero estamos consiguiendo con tu trabajo y mi dote de vendedor” y ella lo aceptaba, porque era lo mejor para tener una buena vida. No pretendo criticar a la protagonista, ninguna podemos saber cómo habríamos actuado en una situación así, pero lo cierto es que está película me hizo recapacitar sobre la desigualdad en las artes y empecé a curiosear sobre si existe o no desigualdad en este campo y, partiendo de la premisa de que por supuesto que sí, el nivel de la misma existente.

Me llamó la atención un dato dado por Nira Santana, del Colectivo de Mujeres Creadoras Artemisia, de Gran Canaria, que decía que en los museos españoles más importantes, sólo el 13% de los fondos son creaciones femeninas. A la vez que criticaba la discriminación y las dificultades que, aun a día de hoy, se siguen encontrando las artistas a la hora de crear y exponer su obra.

Que en pleno siglo XXI estemos así, nos hace preguntarnos, ¿con qué dificultades no se encontrarían nuestras ancestras? Desde siempre han existido grandes artistas, pero lejos de ser valoradas y reconocidas, en muchos casos sus pinturas se atribuyen a hombres, ya que durante mucho tiempo fue la única forma de que fueran apreciadas y conseguir, de este modo, una cierta permanencia de la misma en el tiempo. Todo ello pese a ser artes que requieren de una gran sensibilidad, detalle que lo haría más propio de un oficio, labor o devoción más propia del género femenino, por eso de que se supone que somos las sensibles (utilizo un argumento propio de los roles del patriarcado para que se vea el absurdo del mismo y aun a riesgo de caer en el juego sobre la dicotomía de papeles femenino/masculino que tanto bien ha hecho al patriarcado y a la hegemonía masculina durante siglos).

Pese a todo, parece que en todas las épocas se considera a las artes como un oficio digno de caballeros bohemios y con una percepción diferente (casi extrasensorial) del mundo. Para las mujeres sólo es un hobbie al que dedicar su tiempo libre (cuando lo tienen), donde pintan ese mundo tan raro y retorcido en que viven y que crean en su maquiavélica mente.

A estos pensamientos hay que sumar la discriminación y el lugar al que históricamente se ha relegado a la mujer, haciendo, por tanto, que resultara cuanto menos difícil que una mujer decidiera ser artista. Para empezar, ser artista implica, de algún modo, una forma de ganarse la vida, un oficio. Si se considera así para el varón, entendemos que si es la mujer quien pinta y percibe un dinero por ello, también es un oficio, ¿no?

Pregunta obligada, ¿quién puede imaginarse en plena Edad Media una mujer con un oficio? Inimaginable, una falacía que condenaría a la Humanidad a ser comidos por un dragón gigante.

Demos un paso más, ¿alguien puede pensar en el revuelo que se hubiera generado en pleno Renacimiento si los talleres hubieran contado con una importante presencia de féminas dibujando o modelando cuerpos masculinos desnudos? ¡IMPENSABLE! Toda una herejía. En esa época, la Santa Madre Iglesia ya había dejado claro la inmoralidad de la mujer: todos los males del mundo son por culpa de Eva y de María Magdalena, fin de toda discusión. Así que era impensable mancillar el arte en su época más esplendorosa permitiendo las dotes y miradas lascivas de un hembra en un espacio del que mana un arte de cuya pureza es guardián el género masculino (con lo que les gustaba a ellos pintar tetas, incluso en el arte rupestre, plagado de tetas y vulvas).

Avanzando en el tiempo, incluso al siglo XIX, ¿cómo iba a permitir un santo varón que SU ESPOSA (con las connotaciones que esta palabra tiene) se fuera a exponer su obra, por mucho que fueran inocentes paisajes, a miles de kilómetros del hogar? Otra aberración, la mujer debe quedarse en casa, atendiendo las necesidades del hogar, los niños y el esposo. Hagamos un paréntesis, imaginemos que esta artista cuenta con el apoyo de su familia: puede pintar, exponer y vender sin que esto suponga un cisma familiar. Pero, ¿qué diría de ella la sociedad? Mínimo llamarla desvergonzada y egoísta por abandonar a su familia, adornado por supuesto con insultos, improperios y comentarios despectivos que le crean tan mala fama que terminarían por devaluar su obra al ser ejemplo de inmoralidad. Conclusión: dejaría de pintar y lo convertiría en un mero hobbie para que la dichosa sociedad no le destrozara la vida.

Pero no pasa nada, llegamos al siglo XX y las cosas cambian… ¿o no? La discriminación sigue siendo manifiesta, pese a ir consiguiéndose derechos, como de los que hablábamos en el post anterior. Por suerte, en los 60, las mujeres empezaron a ser más conscientes de sus derechos y a tomar las riendas de sus vidas, fue ahí cuando comenzó la “liberación de la mujer”: la puesta en valor y la movilización por los derechos y la visibilidad de las mujeres.

Sin duda, los 90 del siglo pasado son la época de mayor lucha por la visibilidad femenina en las artes: en pintura aparecen las Guerrilla Girls: Con carteles reivindicativos sobre la presencia de las mujeres en la pintura y las artes plásticas. En música, surge el movimiento Riot Grrrl (sucesoras de las maestras de los 70 y 80 como Patti Smith o The Runaways), que reivindica los derechos femeninos desde la música. A unas de las representantes de este movimiento, Bikini Kill robaremos su canción “I like fucking” para poner la banda sonora a los carteles de las Guerrilla Girls y lo haremos porque pone en valor a la mujer y su sexualidad: tan lasciva, divertida, sana y libre como la de los hombres.

El problema aparece en el siglo XXI, donde parece que hemos caído en un letargo, sumidas en un sueño, en el que cada pequeño hito se festeja como una gran vitoria y parece que existe un amago de despertar cuando alguna famosa hace un apasionado discurso ante la ONU o en alguna entrega de premios (no me malinterpreten, bienvenidos sean), pero luego volvemos al letargo.

Necesitamos recuperar ese espíritu luchador, volver a despertar a esa monstrua que parece que se durmió después de los 90 y que no tenía miedo de decir: “Aquí estoy yo, mírame”. Y pelear día a día, porque solo así se puede alcanzar la igualdad real. Educando a las pequeñas para que sepan que son libres desde que nacen y que ellas (NOSOTRAS) y solo nosotras, tenemos la potestad para decidir sobre nuestras vidas y darles el gran valor que tienen: más alto que el que algunos (no todos) quieren hacernos creer.

Y la que quiera pintar, que pinte.

 

Me despido al ritmo de “Rebel Girl”, de Bikini Kill.

Cómo hemos cambiado… ¿o quizás no tanto?

Tal día como hoy, 18 de febrero, en el año 1934, Noruega promulgaba una ley mediante la cual las mujeres tendrían acceso a todos los cargos oficiales del Estado y la Iglesia. Dos años después, el 16 de febrero de 1936, se celebraban en España unas elecciones que darían como resultado la elección de cuatro mujeres: Victoria Kent, Dolores Ibárruri, Ángeles Gil y Margarita Nelken.

A día de hoy, se han conseguido grandes avances en cuanto a lo que igualdad se refiere, pero aún queda mucho camino por recorrer. Muestra de ello es que más del 60% de personas licenciadas son mujeres, sin embargo, sólo un 13% consiguen alcanzar puestas de dirección; otro dato representativo es que en los consejos de administración de las grandes empresas europeas, las  mujeres solo representan el 11% frente al 89% masculino (excepto en Noruega, que, como quedó claro al comienzo de este post, siempre va a la cabeza en eso de la igualdad y el reparto es casi paritario: 42% y 58%). Esto es lo que se conoce como “Techo de cristal”, que, en palabras de la Comisión Europea es esa “barrera invisible resultante de un complejo entramado de estructuras en organizacionesdominadas por varones, que impide que las mujeres accedan a puestos importante“.

Podríamos ponernos a dar datos, pero estos pueden encontrarse en cualquier estudio o encuesta, lo que sirven son los hechos. La realidad es que, mientras que en Noruega se aprobaba una ley que permitía que las mujeres accedieran a los cargos, en España se convertía en prácticamente un hito histórico que cuatro mujeres alcanzaran el status de diputadas. Estas diferencias siguen a día de hoy, ya que (independientemente del color del partido que alcance el poder) actualmente Noruega está presidido por una mujer y tiene un gobierno absolutamente paritario (9 hombres y 9 mujeres); sin embargo, España nunca ha estado presidido por ninguna mujer y su actual gobierno dista mucho de ser paritario: de 14 componentes, lo conforman 4 mujeres y 10 hombres. Aunque por desgracia, es peor el ejemplo de Grecia, donde no hay ni una sola ministra…

Lejos de hacer una loa a Noruega o incluso a sus políticas, este primer post busca exponer poco a poco la realidad del mundo en que vivimos y dejar patente que no estamos tan mal como estábamos (valga como ejemplo las cuatro únicas diputadas del 36), pero estamos muy lejos de conseguir alcanzar una igualdad real (volviendo al ejemplo político, por ser el más visual, 4 ministras de 14). Esto son sólo pequeños ejemplos de cómo seguimos estando relegadas las mujeres a un segundo plano, pero siempre hay que mantener la esperanza. Algún día podremos alcanzar a Noruega en esta carrera y tener un gobierno paritario realmente, o incluso una mujer presidenta, quién sabe.